La ¿oscura? Edad Media
(Tercera Parte)
Al inicio de la Alta Edad Media (entre el s.V al s.IX), la
Iglesia recoge lo que quedaba del Imperio Romano, acumula tierras y aglutina a
la gente, convirtiéndose en un pilar fundamental. En este período el
Cristianismo llega a consolidar su poder a tal grado, que la teología se hace
equiparable a la ley civil y fue tal su nivel de implicación, que osaban
explicar desde fenómenos meteorológicos, pasando por procesos evolutivos,
enfermedades con sus respectivos tratamientos hasta invadir los espacios más
privados como las relaciones familiares y sexuales. Los clérigos pasaron a ser
los consejeros espirituales y morales, siendo los únicos capaces de marcar la
diferencia entre el Bien y el Mal.
Papa Juan XII
La sexualidad, entonces, pasa a considerarse como algo
sucio, vergonzoso y digno solo de grupos de baja calaña. Consecuentemente,
había que combatir la lujuria como fuese, así que, por ejemplo, un tratado
medieval recomendaba como antídoto meter un dedo en agua hirviendo o caminar
desnudo por un campo de ortigas. Sin embargo, la propia autoridad eclesiástica
caía en conductas “pecaminosas”, tal como el Papa León VII, quien murió
fornicando con una mujer adúltera en el 939; o el Papa Clemente II en 1046, que
cobraba impuestos a las prostitutas aún después de muertas, consistente en
ceder la mitad de su herencia a la Iglesia; o el Papa Juan XII que fue
asesinado en 1334 por un marido celoso que lo encontró con su mujer.
Peinado de dos puntas o cornettes, (detalle de
"El matrimonio
Arnolfini", Jan van Eyck, 1434)
Gran rebelión en la peluquería: En 1428 el fraile Tomás
Cuette consiguió que las autoridades de Flandes y Artois prohibiesen a las
mujeres hacerse sus fantásticos peinados elevados, incluidos los de dos puntas
o cornettes, porque eran símbolo de la lujuria. La respuesta de las damas en
cuestión fue hacerse peinados más altos y ornamentados.
Cosa de varones: Parece que al pene lo llamaron veretrum
porque viriest tantum, es decir, porque es "cosa del varón".
Tres "defectos" femeninos: Para Etienne de
Fougères, capellán de Enrique Plantagênet y obispo de Rennes en 1168, la
naturaleza femenina tiene tres vicios capitales: su inclinación a desviar el
curso de las cosas, como el uso de preparados, cremas o maquillajes con el
propósito de deformar el cuerpo creado por Dios, y la fabricación de venenos
para abortar; también su hostilidad para someterse al varón al que son
entregadas; y su afición desmedida a los placeres de la carne.
Las células sexistas: Para los médicos medievales, la matriz
femenina estaba dividida en siete células o cavidades dispuestas simétricamente
según un eje. Así, el sexo del embrión queda fijado por el lugar donde se
encuentren los sémenes femenino y masculino; la matriz derecha, más cálida y en
contacto con el hígado, es fuente de varones, mientras que la izquierda lo es
de la nenas. Los hermafroditas surgen cuando el encuentro seminal se producía
en el medio y los homosexuales porque las inseminaciones se desplazaban hacia
la otra mitad del eje luego de la inseminación.
Columna lujuriosa: Algunos eruditos medievales situaron en
la columna vertebral la fábrica de los espermatozoides. Para los mentores de
esta hipótesis, los lumbus (lomos) son la sede masculina de la lujuria,
definida como ob lobinidis lasciviam dicti, frase latina que significa
"por la deshonestidad del deseo". en la mujer, el erotismo manaba del
ombligo.
Placeres y gozos: El hombre medieval explicaba la mayor
fogosidad de la mujer argumentando que si su deleite proviene de que goza del
esperma de su compañero y del suyo propio; y agregaban a continuación que el
hombre siente un placer más fuerte y con más intensidad porque su líquido
seminal es más templado.
Detalle del fresco de Andrea de Bonaiuto "El triunfo de
SantoTomás", con la imagen de Averroes sentado.
Una zambullida embarazosa: Averroes (1200-1280), erudito de
Córdoba cuando Al-Ándalus estaba bajo el domino de los almorávides, es el padre
de la creencia de que una mujer puede quedar embarazada si se la baña con la
misma agua donde antes ha eyaculado un hombre.
¡Sáquese esos zapatos!: En el siglo XIV, el calzado de moda
en Europa era un zapato puntiagudo llamado pontaine, que se distinguía por su
larga puntera terminada en forma de garra de ave. Pero la perversidad de la
moda impuso una versión con forma de pene que soliviantó al papa Urbano y a
Carlos V de Francia, que lo prohibieron.
Un tapiz piloso: Los anatomistas medievales establecieron
que la matriz de la mujer estaba tapizada de un vello fino, que es el que recibe
el semen masculino. Esta pilosidad vaginal explica por qué las prostitutas no
solían quedar embarazadas: las pilosidades que poseían estaban tan saturadas de
la semilla masculina leteralmente resbalaba.
Egidio Romano ante Felipe el Hermoso.
Esas calles de la lujuria: Sobre todo en el siglo XIII, las
calles medievales eran un espacio masculino plagado de tentaciones y deslices
que las mujeres decentes debían frecuentar sólo lo necesario. Una excesiva
exhibición pública ponía en tela de juicio la honradez de la mujer. Según
Egidio Romano, la doncella habituada a callejear y a tener relaciones sociales
ya no puede contar con aquel recato "natural" que protege a castidad
de los hombres; perdida toda timidez, es como esos "animales salvajes que,
una vez habituados a la compañía del hombre, se vuelven domésticos y se dejan
tocar y acariciar".
Ni baile, ni canto: Para que las mujeres decentes no
perdieran jamás su dignidad y reprimiesen eficazmente sus impulsos eróticos,
los censores medievales señalaron algunas normas sociales que rebasaban lo
comedido y pudoroso: no maquillarse, no vestirse con ropas provocativas, no
divertirse en exceso, mostrarse desdeñosas, moverse poco, comer con moderación,
bailar con compostura y no cantar de manera indecente. El predicador Jacques de
Vitry, que murió en 1240, comparó los cantos y las danzas con ritos diabólicos
en los que remeda la ceremonia religiosa: "la mujer que se inicia en el
canto es la capellana del diablo, y las que les responden con sus danzas, sus
sacerdotisas".
Calladita y analfabeta: Para hablar en el hogar, la mujer
medieval debía seguir reglas sugeridas por las tactiturnitas, una actirud
virtuosa que impone hablar poco. Según ésta, las amas de casa sólo hablarán en
caso de necesidad y se dirigirán humildemente al cónyuge o a su padre (las
solteras). Además, esperarán reverentes a que se las interrogue. Los hombres
medievales también le negaron a las mujeres la palabra escrita. Felipe de
Novara afirmaba en su obra "Les quatre âges" que "la mujer no
debe aspirar a leer ni escribir, sino a convertirse en monja, porque muchos son
los males que han derivado del leer y escribir de las mujeres".
Adornos carnosos: En el siglo XII, los hombres empezaron a
vestir ropas más ajustadas con ceñidas ataduras y colas exageradas, para llevar
peinados ondulados y caminar con remilgo. Y en el siglo XIII, estos personajes
se desesperaban por conseguir un fragmento de piel de su amada (un tronson de
vos pel), para fijarlo en los bordes de sus trajes.
Cuestión de pecho: En la Edad Media se creía que las mujeres
de senos grandes y cara pálida eran frías en la cama, mientras que las de piel
lozana y pechos pequeños y firmes, tenían sexo con mayor fogosidad.
Carlos Berdúm, periodista y profesor de historia.
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